lunes, 24 de septiembre de 2007

Violencia en el fùtbol

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Así como la gente del fútbol sufre en carne propia el drama de la violencia, casi nadie se anima a hablar a micrófono abierto de las barras bravas, de los dirigentes que las mantienen, de ciertos políticos y gremialistas que las usan como fuerza de choque y de autoridades que no hacen absolutamente nada. Algunas veces no hablan por temor a que la ira de un poder violento recaiga sobre ellos y en otros casos, el silencio es aún más obligado: no tienen autoridad moral para tirar la primera piedra.

No hay primicia al decir que los barrabravas no son los únicos malos de la película: de ninguna manera ellos están solos contra el mundo. Al contrario, se codean con cada uno de los sectores que (paradójicamente) le dan vida al fútbol. El jugador conoce al barrabrava aunque jamás lo señala con el dedo, sin sentirse cómplices, varios futbolistas confesaron darle plata a los barras, algunos lo reconocieron públicamente como Roberto Trotta, Leonardo Mas y Walter Cáceres.
“Basta es hora de hacer algo” reza el discurso político cada vez que el tema se reinstala en la tapa de los diarios. En los últimos tiempos hubo algunas medidas, pero es evidente que resultaron insuficientes. En 1992 ante otro pico de violencia, se la endureció con la reforma de Ricardo Levene (h), en 1998 el juez Víctor Perrota paró los torneos en reclamo de seguridad. Pero el fútbol y la violencia siguieron andando, cambiaron los gobiernos y todo continuó a medio hacer.

Imágenes extraídas de
www.noticias.com
www.denorteasur.com
www.enlafrontera.blogspot.com
www.forotribunero.com.ar

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